martes, septiembre 28, 2010

A year ago

La entrada que escribo hoy debía haberla hecho el pasado domingo 26 de septiembre, pero por varios motivos no tuve tiempo de hacerlo. De todas formas, dicen que más vale tarde que nunca.

Para comenzar a hablar del tema de este post -o más bien, de las personas a las que va dirigido- tendría que remontarme exactamente un año atrás. Al 26 de septiembre de 2009. Una tarde de sábado, una película (Sweeney Todd), Aquarius, palomitas, cinco personas y yo. Ahí comenzó todo, nuestra amistad. No tengo palabras para expresar cuánto significan para mí, cuánto les debo y cuánto los quiero. Simplemente, gracias por este año tan maravilloso que me habéis dado. Espero que permanezcáis a mi lado todo el tiempo posible.

Gracias, UL :).

viernes, septiembre 17, 2010

Confesión


El velo de la noche comenzaba a caer lentamente sobre el reino de Moriel. La luz de la luna bañaba los torreones de la mansión Valencourt, que se mantenía silenciosa, ausente, tétrica en algunos aspectos. Ni un susurro, ni un sonido. Sólo silencio.

En el ala oeste, en una de las habitaciones más grandes, se hallaba ella. Contempló su rostro en el reflejo del espejo una vez más. La angustia todavía se podía apreciar bajo sus ojos castaños y el medallón que había pertenecido a su madre parecía palpitar sobre su pecho. ¿Dónde estabas ahora, mamá? Con papá, en algún lugar lejano. Quizá mejor, quizá peor. ¿Por qué te habías ido de mi lado? Nunca sabrías cuánto te iba a necesitar durante el resto de mis días. ¿Había hecho algo mal? En cuyo caso, ¿qué? Y una serie de imágenes y recuerdos asaltaron la mente de Meredith como si de magia se tratara. Una noche, una conversación. La misma habitación en la que se encontraba en esos instantes. Dos personas. Su madre, y ella.


-Dejad de llorar, tesoro.
Meredith alzó la vista hacia la mujer derramando un par de lágrimas por sus mejillas. Era la primera vez que alguien la veía llorar y eso la atemorizaba, la hacía sentir frágil y débil. Todo lo contrario a lo que ella aparentaba ser siempre. Contó hasta diez, lentamente. Luego dejó que su madre limpiara sus lágrimas con un pañuelo de seda y suspiró. ¿Y ahora, qué? ¿Debía o no contarle lo que su padre había hecho? Había pasado toda su vida recibiendo humillaciones de aquél que ante todos se hacía pasar por quien no era, pero aquella mañana había cruzado la raya. La había insultado, desquiciado y despreciado de un modo insoportable delante de todas las doncellas, lacayos y demás trabajadores de la mansión. Ni su madre ni sus hermanos habían estado presentes, por fortuna. Jamás volvería a mirarle a la cara. Jamás volvería a dirigirle la palabra.
Jamás.
Una vez más calmada, la mujer la observó detenidamente, esperando una explicación. Meredith entreabrió los labios y, mostrando de nuevo la actitud de siempre, aseguró:
-No es nada, madre, no debéis preocuparos. A veces una necesita desahogarse de un modo poco corriente.
-Desde luego, destrozar todos vuestros vestidos no es un modo demasiado corriente.
Cientos y cientos de trozos de costosa tela de todos los colores se dispersaban a lo largo de la habitación. Meredith, en un momento de histeria, había hecho pedazos todas y cada una de sus prendas que guardaba en el armario. Y no había sido por casualidad: todos aquellos vestidos habían sido confeccionados por el sastre que su padre había pagado.
-¿Es por eso que lloráis ahora? ¿Os arrepentís? No os sintáis apenada, mañana mismo llamaré al mejor sastre de Moriel para que os haga unos nuevos.
Meredith negó con la cabeza, dando a entender que no era necesario. Se levantó de la cama y paseó por la sala con inquietud. Su madre no lo pasó por alto.
-Dime, Meredith, ¿qué es lo que os hace tan desdichada? -preguntó, despacio. Se aproximó hasta su hija, puso sus finas y delicadas manos sobre los hombros de la joven y le habló con parsimonia-. ¿Qué os mantiene tan intranquila?
Ella titubeó unos segundos y la mujer sonrió.
-Sois todo lo que yo siempre deseé que fuerais. Valiente, luchadora, segura de vos misma. Todavía eres joven, os falta aprender los pequeños detalles que os harán ser una gran mujer. No perdáis jamás la paciencia, mi pequeña Meredith. Y tampoco vuestra sonrisa. Os abrirá muchas puertas, os concederá muchos privilegios con los que otros sólo alcanzarán soñar.
Rodeó a la joven, que la escuchaba con atención, y la tomó de la mano izquierda quedando a espaldas de ella. Frente a las dos, un espejo enorme las observaba. Meredith cayó en la cuenta de que sus ojos estaban enrojecidos. Luego advirtió que su madre continuaba mirándola y al parecer todavía no había terminado de hablar.
-Lo tenéis todo, Meredith. Belleza, talento, poder... Las tres cosas que os harán más reconocida de lo que ya sois en todo Moriel.
La muchacha jugueteó con un par de mechones ondulados mientras observaba fijamente a su reflejo.
-No.
La mujer parpadeó, desconcertada.
-¿Qué queréis decir?
-No lo tengo todo, madre.
Meredith se dio la vuelta y miró con fijeza a la señora Valencourt, que todavía seguía confusa. Decidió no darle más vueltas, ir directa al grano.
-No tengo a mis hermanos.
Algo más aliviada, la mujer esbozó una sonrisa tierna.
-¿Cómo podéis decir eso, Meredith? Claro que los tenéis: tanto Edmond como Nathan se desviven por vos, os cuidan y os protegen como buenos hermanos vuestros que son.
La castaña suspiró entrecerrando los ojos; ya esperaba una respuesta similar. Meredith mordisqueó su labio inferior antes de volver a hablar.
-No me refiero a ese tipo de atenciones, madre. Yo los quiero lejos de una relación fraternal.
Se dio la vuelta y se sentó en la silla, frente al cristal en el que se había observado instantes atrás. Vio como la expresión de su madre se ensombrecía.
-¿Cómo podéis decir algo así?
Meredith sonrió, pues no se avergonzaba de tales sentimientos.
-Es la pura verdad, madre. Vos siempre lo habéis sabido, en el fondo siempre lo adivinasteis, lo sé. No queríais verlo, no obstante, ahí estaba. Yo, vuestra hija predilecta, enamorada de vuestros otros dos hijos.
-¡Son vuestros hermanos! -exclamó-. ¡Vuestros hermanos, Meredith! ¡No podéis verlos como algo más que eso!
-El amor es algo irracional, no entiende de sangre ni de ese tipo de cosas banales que a vos tanto os preocupan. Además, ni siquiera son mis hermanos del todo.
Su madre la observaba totalmente fuera de si.
-No sé cómo os atrevéis siquiera a contarme todo esto...
Cansada de la situación, Meredith se levantó de su asiento y encaró a su madre.
-Os lo cuento porque es lo que siempre he deseado hacer, madre. Y ojalá algún día lo entendáis. Pero no pretendáis que deje de sentir estas cosas por ninguno de ambos porque me privaríais de lo único que me hace sentir viva. Y sí, los amo, a Edmond y a Nathan. No imagino la vida sin alguno de ellos y confieso ante vos y ante Él que aparecen en todos y cada uno de mis sueños, que daría lo que fuera por verlos al despertar cada mañana en mi cama...
-¡Meredith! -la señora Valencourt la miró enloquecida-. ¡Habéis perdido toda cordura!
Retrocedió y pronto alcanzó la puerta de la habitación. Dio un portazo al salir y Meredith regresó junto al espejo...


No soportaba la idea de que su madre se hubiera marchado sin ni siquiera tratar de comprenderla. Desde aquel día no intentó hacerle comprender sus sentimientos; la mujer hizo como si nada hubiera ocurrido y el trato entre ambas no se mostró alterado de manera alguna. Eso confundió a Meredith, no obstante no trató de volver a sacar el tema. Pasó los dedos por encima de su medallón y dejó que un lento suspiro se abriera paso entre sus labios. Ya nunca podría intentar hacerla comprender.
¿De veras estaba loca, madre? ¿De veras pensábais eso de mí? ¿Tan difícil os era entender que pudiera amar tan ardientemente a aquellos a quienes sólo debía querer como hermanos? Edmond. Nathan. Dos luces en la oscuridad, en su oscuridad. Cerró los ojos un instante más. Era tarde, hora de dormir, de dejar que los sueños inundaran su mente y corazón. Porque el destino había decidido que sólo ahí, en sus sueños, Meredith consiguiera alcanzar su felicidad... A ellos, tan cercanos y tan inalcanzables a la vez. A Nathan. A Edmond. Se introdujo bajo la colcha de su cama y volvió a cerrar los ojos, rindiéndose lentamente al sueño que aquella noche estaba reservado para ella.
Ella...
Meredith Valencourt, dama de la noche, hija de Moriel y amante en las tinieblas de quienes por sus venas corría su misma sangre.
martes, septiembre 14, 2010

Sueña

Me he pasado la vida soñando. Diciendo que algún día iba ser tal cosa, que viajaría a quién sabe dónde, que tendría a saber qué cosa. Los típicos sueños que hacemos de pequeños, y de no tan pequeños. Hoy, con casi dieciséis años, sigo haciéndolo. Y me pregunto si alguna vez dejaré de hacerlo. Porque, aunque sé que sólo la mitad de la mitad de esas aspiraciones se verán algún día hechas realidad, se vive mejor soñando. Te da una razón por la cual debes continuar tu viaje, tu camino, tu vida. No importa cual sea esa razón, el simple hecho de tenerla ya es suficiente.

Los padres, entre muchas y muchas intervenciones en la vida de sus hijos, tienen aquí un papel bastante curioso. Quizá no en otros casos, pero en el mío desde luego que sí. Un hijo necesita conocer la opinión de sus padres respecto a ciertos temas porque sabe que ellos siempre serán más adultos, más maduros, que podrán ver algo con mayor nitidez que la suya propia (y recordemos que estoy generalizando, respecto al colectivo y a la edad de éste).

Es por esto que siempre he intentado descubrir la opinión de mis padres acerca de algo que me ha interesado. No directamente, porque no soy el tipo de persona que lo dice todo con claridad, sino sutilmente. Con el tiempo supe apreciar que el punto de vista de mi padre era catastrófico: no me sentía nada de acuerdo con él en prácticamente ningún tema y llegué a verlo de machista y xenófobo (ahora sólo lo veo como una persona que ha crecido en una familia con pensamientos arcaicos). En cuanto al de mi madre es otra historia, pues es muy similar al mío. No siempre coincidimos, por supuesto, pero la mayor parte de las veces pienso muy parecido a como lo hace ella. Me ha enseñado a razonar y a ver cosas que de otra forma no hubiera conseguido hacer.

Probablemente por esos motivos, mi madre es la primera persona a la que he acudido cuando tenía una meta, un propósito, un sueño. Investigaba lo que ella pensaba acerca de ello y luego reflexionaba si tenía o no razón. Debo confesar que por este hecho he perdido la ilusión en un gran porcentaje de mis sueños, pero hoy quiero destacar uno.


Cualquier persona que me conozca sabe que mi mayor afición (aparte de la lectura) es escribir. Escribo, escribo y escribo. Ahora mismo lo estoy haciendo contándoos todo esto. Y eso no me ha venido de nuevo, sino que desde bien pequeña me ha encantado hacerlo. La primera vez que me planteé la posibilidad de, cuando fuera mayor, publicar un libro yo tendría alrededor de diez años. Aún siendo tan pequeña sabía que era muy difícil conseguirlo. No obstante, tenía mis esperanzas. Y ésta fue una de las pocas veces en las que se lo dije claramente a mi madre, que no me fui con rodeos y le conté lo que me proponía. Simplemente me acerqué a ella y le dije: «mamá, quiero publicar un libro». Y la pobre mujer, que ni habría imaginado cuánto ansiaba yo hacerlo y cuánto me afectaría su contestación, no pudo evitar reírse por lo bajo y admitir: «casi nadie lo hace, es realmente imposible». No me había dado un claro y simple «no», pero sí hizo que aquellas esperanzas se fueran desvaneciendo una a una. Cualquiera que lea esto podría pensar que no tuve que sentirme así y que no debí haberme tomado sus palabras tan a pecho, pero no pude evitar hacerlo. Así pues, aparqué el mayor de mis sueños a un lado y continué sembrando otros. Pero ninguno consiguió llenar el vacío que aquél había dejado.

Hoy todo es distinto. No pido la opinión de mi madre con tanta frecuencia (aunque lo hago, no lo niego). Hoy ya no están la mayoría de los viejos sueños, se fueron, caducaron. Hoy tengo nuevos sueños, nuevas ambiciones y deseos. Sin embargo, hay algo que, tras mucho tiempo, tengo claro. Algo que no conseguiré hoy, ni mañana, ni pasado mañana. Pero sí algún día. Hoy estoy dispuesta a dejarme la piel para ver un libro publicado bajo mi nombre.

Si hay algo que he aprendido durante todos estos años es que si la sola idea de un sueño te hace tan dichoso, ¿cómo será verlo realizado? Es por eso que quiero mandar un mensaje: sueña, sueña con cualquier cosa y sobre todo ten fe en ello.
miércoles, septiembre 08, 2010

Estoy sola

Recuerdos. Él. Pietro. Cuánto te he querido. Cuánto me gustabas en el instituto, cuando hacías reír a todos. Cuando te pasabas de listo y salías siempre airoso de cualquier aprieto. Y luego nos hicimos novios. Gracias a ti me sentía guapísima, una reina, la mejor de todas. Cuántos regalos. Cuántas atenciones. Las cenas. Las joyas. Las vacaciones. Luego vino la universidad, el diploma, el trabajo y el despacho. Sí, la verdad es que siempre te las has arreglado. Cuánto me has tomado el pelo. Cuánto te he creído. Te consideraba un mito. Una persona digna de toda admiración. Una persona que en todo momento me hacía sentir que yo era el centro de atención. ¿Por qué me has hecho esto? Me has traicionado. A saber cuántas veces. Has tocado, amado y apreciado a otras mujeres en mi lugar. Las has admirado, te has excitado y me has hecho a un lado. Qué rabia. Qué humillación. Imaginarte con ellas, en la cama o en el coche, haciéndoles reír, bromeando, procurando que se sintieran importantes. ¿Qué les decías a ellas que no me has dicho a mí? No lo sé. Jamás lo sabré. Me duele demasiado. No puedo aceptarlo. Los ojos de Susanna se empañan. Rabia. Desilusión. Debilidad. Me siento sola. Estoy sola. Lo único que me queda son los hijos. Y tendré que volver a empezar de alguna forma. De repente, se levanta y se dirige a la ventana. Mira afuera. Sí, el mundo no se da cuenta de que estoy mal. El mundo sigue adelante. Debo hacer algo por mí misma. Debo renovarme. Soy una mujer hermosa. Soy madre. Soy una persona. Tengo que animarme.

Perdona pero quiero casarme contigo, Federico Moccia.
domingo, septiembre 05, 2010

Vacío


Miro por la ventana el océano de oscuridad que se abre ante mí. Voces, gente, coches, luces, ruido. Y vacío. Veo un vacío, y lo siento en lo más profundo de mi ser. Me estruja las entrañas, me impulsa hacia abajo. Me ciega, me aturde. A penas recuerdo quién era yo antes de todo esto.


Llegas, como cada noche. Impaciente, indescifrable. Loco de atar. Sediento de amor, de pasión. Y aunque estás frente a mí, no te veo. Por más que lo intente no consigo encontrar al hombre del que me enamoré detrás de esos ojos, que ahora me observan algo confundidos por el frío y distante recibimiento que te he dado. Aún así, sé que debe estar ahí. En alguna parte. Quizá el tiempo te ha hecho cambiar, o quizá antes todo era...diferente. Porque era nuevo.

¿Se puede gastar el amor? ¿Hemos hecho un uso excesivo de él y por eso ahora todo me parece irrelevante? Necesito recordarlo. Necesito que me recuerdes quién eres, lo que quieres y esperas de mí. No logro acordarme de los motivos que me llevaron a acabar a tu lado, aunque algo me dice que son muchos. Recuérdamelo. Por qué se me escapaba una sonrisa adolescente cuando me mirabas, o por qué el roce de tu piel me parecía la más maravillosa de las sensaciones. Por qué besar tus labios era sentirse libre. Por qué al encontrarme entre tus brazos deseaba que el tiempo se detuviese para siempre. Por qué aquel paseo, aquel helado o aquel amanecer eran tan espectaculares simplemente por el hecho de estar a tu lado. Ahora nada de eso me resulta interesante. No tiene sentido, ya no.

Recuérdame por qué vuelves esta noche, conmigo. Tú todavía pareces recordarlo todo y, lo más importante, sentirlo como el primer día. ¿Qué me ha pasado? ¿Qué nos ha pasado? Una lágrima tímida resbala por mi mejilla. Tratas de limpiarla; me niego. Ahora parece que eres tú el que necesite llorar. ¿Lloraremos juntos? Puede que sea lo último que hagamos, el final de un sueño. Nuestro sueño. Reúno el valor necesario para mirarte a los ojos. Los tienes ligeramente empañados, tristes, desesperados por no saber qué hacer ni qué decir. ¿Pero qué es lo mejor en estos casos? Pronuncias mi nombre en un susurro, con ternura, como si fuera la palabra mágica de un extraño hechizo que sólo tú conoces y antes podía arreglarlo todo. Antes, sí... ¿Y ahora? ¿Habrá un hechizo que repare todo ahora?

Te das la vuelta, recoges tu chaqueta, tu móvil y tu paquete de tabaco. Miras una última vez por encima de tu hombro, a sabiendas de que te falta recoger lo más importante: el amor. Pero ya no está aquí. En su lugar sólo ves a una mujer que te hizo feliz, muy feliz, y que comienza a sentirse culpable de toda la situación. Ésa a la que todavía amas y que creías que te correspondía...para siempre. Los golpes más duros de la vida son los inesperados, y deseas que todo sea una pesadilla...

Y te vas, dejándome sola. Con todo y con nada. Con miles de recuerdos y ningún sentimiento dentro de mí. Con mis lágrimas, mis sollozos, mis ganas de gritar...

Con mi vacío.
sábado, septiembre 04, 2010

Amores platónicos

Esto es una de tantas chorradas que se me cruzan a menudo por la mente, sólo que todavía no la había llevado a cabo. Una vez dije que iba a hacer una lista con todos mis amores platónicos...y aquí está el resultado. He ido recopilándolos uno a uno; no están en ningún orden concreto.
Y recordadlo: me pertenecen.

-Ron Weasley
-Tom Fletcher
-Ringo Starr
-Sheldon Cooper
-Ian Somerhalder: Boone Carlyle & Damon Salvatore
-Gerard Way
viernes, septiembre 03, 2010

Summer, lovely summer

Es sabido por cualquier persona humana (incluso alguna que no lo es tanto) que el año cuenta con cuatro maravillosas estaciones, aunque para mí la única maravillosa sea invierno. Y como cada año, el verano llegó con sus vacaciones, su buen tiempo, su playita, su tumbona y su cervecita. Y lo que para otros puede ser los mejores días entre los 365, para mí se convierte en un infierno de calor, mosquitos, sofoco y terrible aburrimiento. Esto se debe a que mis padres, como son tan considerados, me obligan a pasar todo el verano en una casa cochambrosa, en un pueblo diminuto en el que lo más interesante que puedes hacer es ver como un gato persigue a un perro (realmente pasó, y no sólo una vez).

En el fondo, comienzo a acostumbrarme, lo cual no quiere decir que no odie con todo mi ser ese maldito día de julio en el que mi madre entra a mi habitación y me dice: dentro de X días, nos vamos a las Alquerias (el pueblo en cuestión). Mi cara es todo un poema. Mis progenitores, intentando remediar un poco todo el sufrimiento que me causa estar allí, se ofrecen a llevarme y traerme (una vez a la semana) a mi ciudad natal donde están mis amigos. O en otros casos vienen ellos a pasar el día.

Ellos, mis amigos, no es que sean gente muy normal (vamos, se juntan conmigo, con eso lo digo todo) y, por tanto, pasar un día con ellos tampoco lo es. Si le sumamos las altas temperaturas a las que podemos llegar un día de verano y la terrible revolución hormonal que llevan encima los pobres, el resultado puede ser catastrófico. Probablemente si juntásemos una pelea de trozos de hielo (no cubitos, no, trozos enteros como una mano de grande), una moto invisible que se parecía más a una postura del Kama Sutra, una niña tocapelotas que pensaba que dos de nosotros eran gays porque decían que chupar un pipo era como chupar una polla (sí, muy discretos ellos también...), unos higos adictivos al lado de la piscina y unas super-heroínas que obtenían sus super-poderes gracias a un bicho acuático...conseguiríamos, en un breve resumen, describir todo lo que ha sido el verano para mí. Porque los otros días, sencillamente, no era persona.

Por suerte, el verano ha concluído. A la mierda el pueblo, a la mierda el calor y a la mierda los gatos que me acosaban por allí. Por fin he vuelto a casa, a mi habitación con Internet y la posibilidad de largas horas viendo series y chorradas varias. En resumen: septiembre, te amo.

Y es en ese momento, al nombrar su nombre, cuando te das cuenta. Septiembre. Instituto. Primer año de bachiller humanístico. Todo el curso estudiando a lo bestia...

Y retiro todo lo dicho.

PD: Y cuando digo todo, es TO-DO (Bea dixit).
 

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