sábado, diciembre 27, 2014

Cortázar ya sabía que las palabras no alcanzan

Si pudiera explicarte con caricias todo lo que me gustaría que supieras hoy, me faltarían noches para desvelarnos en tu cama. Y aun así, si me lo pides, no dudaría en pasarme todas las noches de mi existencia recorriendo tu piel. Porque es como volver a casa después de un largo viaje; un calor que reconforta y vuelve adicto hasta al más puritano de los seres.

Pero en realidad no es algo que pueda hacerte saber con caricias, ni siquiera así. Y las palabras se me vuelven a quedar cortas, me saben a poco. No hay diccionario que recoja todo esto. No puede existir. Nada conseguiría asemejarse siquiera. Llevo mucho tiempo dándole vueltas, tratando de hallar el modo de decirte tantas, tantas cosas. Contarte lo que esto me provoca. Cómo me hace sentir viva, cómo me mata lentamente. La terrible agridulce e irónica contradicción en la que nos hemos convertido. Esta vez, voy a serte del todo sincera. Confieso que, al escribir esto, no solo deseo que pudiera contártelo. También busco deshacerme, un poco, de toda esta carga. Tengo la esperanza de que al convertirlo en palabras logre liberarme de ello, aunque solo sea durante un momento, un efímero instante que me permita tomar aire para poder enfrentarme a lo que está por venir.

No te aceptaré preguntas al respecto, por miedo a descubrir que no tengo ni una sola respuesta para ellas. Creo que ya me he preguntado demasiadas cosas yo misma durante todo este tiempo, sin éxito.

Y después de dar esta bocanada de aire que no es más que otro estúpido placebo, bajo la voz para contaros que es mi entrada número ciento cincuenta, que se dice pronto. Mil millones de gracias a todos los que alguna vez acabaron en esta locura de blog y se entretuvieron leyendo alguna de mis entradas. Ha sido todo un placer, aunque haya sido de forma fugaz, entrar en vuestra mente.
domingo, diciembre 07, 2014

Sábanas frías para un cuerpo de sangre caliente

En medio de la noche, siente unas manos. Aparecen de la nada, interrumpiendo su fase REM. Frunce el ceño, cierra los ojos con más fuerza. Que se vayan, piensa. No las quiero, no las necesito. Tiene que creerlo, engañarse antes de despertar del todo y ser consciente de lo que ocurre. Pero las manos no desaparecen, ni tampoco parecen querer detenerse. Recorren sus sábanas, su almohada, su cabecero. No obstante, no lo tocan, guardando una especie de respeto. O esperando una nada sutil invitación.

La incertidumbre puede con él, una noche más. Abre los ojos despacio y enfoca la mirada, a sabiendas de lo que va a encontrarse. Aunque a primeras apenas logre distinguir su silueta, su olor resultaba inconfundible desde hacía un buen rato. Y la examina, como tantas y tantas veces. Esta medianoche no se ha recogido el pelo, le cae por los hombros. Su piel desnuda casi parece brillar en medio de la oscuridad de la habitación. Ella sabe que la observa, pero eso no la hace parar. Sus dedos continúan deslizándose por cada rincón de la cama, esperando, tentando.

Él tiene que pedirle que se vaya. Lo sabe. Lo ha sabido noche tras noche, incluso en su primera visita ya lo sabía. Tiene que pedírselo. ¿Y puede hacerlo? ¿Quiere, al menos? Negar algo tan dulce se le antoja casi pecado, cuando el pecado es precisamente todo lo contrario. Y los segundos pasan y sus manos siguen avanzando...

Ha soñado con esas manos desde siempre. También cuando está despierto las recuerda, en especial cuando más solo se siente: puede sentirlas en cada centímetro de su cuerpo, proporcionándole un tipo de calor que no ha logrado encontrar en nada, en nadie. Por eso cuando ella aparece, de noche, es incapaz de distinguir lo que es adecuado de lo que no. Caen las sábanas, comienza el ritual. No cierra los ojos, no parpadea; quizá, si la pierde de vista, desaparezca. Y ese que se vayan se convierte en un claro acaríciame. Sin límite de tiempo ni restricciones de ningún tipo. Acaríciame, para que pueda respirar, para olvidar que la niega en sus sueños pero la sueña en su ausencia.
miércoles, diciembre 03, 2014

Going to hell

¿Sabes que Perséfone no podía abandonar el inframundo una vez hubo probado la granada, fruto del reino de Hades? Era como si a partir de aquel instante estuviera ligada a aquel lugar. Una simple acción que cambió su destino para siempre. O puede que su sino fuera precisamente aquel.

Y dicen muchas cosas de Perséfone. Que se volvió fría, que ya no le gusta rodearse del resto de dioses. Que Hades la transformó. Algunos mortales han llegado incluso a temerla, olvidando que es ella la que trae con su llegada los cambios de estación.

A menudo me pregunto por qué todos olvidan que Perséfone hizo lo que hizo por su propia voluntad. Nadie la obligó a probar la granada, aun sabiendo las consecuencias de sus actos. ¿Por qué, entonces, tiene que ser el rey del inframundo el único culpable?

Yo creo que Perséfone siempre quiso a Hades, que veía algo en él que nadie más podía comprender. La cuestión es si él lo supo en algún momento.
martes, diciembre 02, 2014

Somos

Te han hecho creer que estás incompleto, que eres imperfecto.

Dicen que estamos incompletos y somos imperfectos en muchísimos sentidos. He visto a mis tías miles de veces zanjar una discusión con mis primos con ese recurrente "cuando seas mayor lo entenderás", dejando claro por tanto que aún no cuentan con la suficiente madurez como para comprender algo. He sufrido en muchas ocasiones las burlas, algunas más sutiles que otras, por no ser de una determinada forma, tanto física como psicológicamente. He escuchado innumerables comentarios sobre la necesidad (e incluso el deber) de encontrar a alguien con quien recorrer nuestro camino, de al fin dar con esa persona, la persona. Y estos tan solo son algunos ejemplos habituales de los aspectos con los que se suele apuntar al hecho de que somos así, incompletos, imperfectos.


Y me pregunto: ¿lo somos? Incompletos, imperfectos. ¿Cómo nos repercute eso en nuestras vidas? Parece una carga difícil de llevar. Ser conscientes de que hemos de mejorar, conseguir o alcanzar tantas cosas conlleva una enorme presión y responsabilidad que, más veces de las necesarias, termina convirtiéndose en una profunda infelicidad en aquellos individuos que se toman demasiado en serio determinados aspectos.

Puede que, a fin de cuentas, todas esas supuestas metas no ayuden en absoluto. Que toda la experiencia del mundo no consiga hacerles entender a mis primos por qué se les niega algo. Que ni siquiera convirtiéndome en una persona perfecta, física y psicológicamente, evite las burlas de la gente. Que esa persona, la persona, ni siquiera exista.

Pero puede que, en realidad, sea el infatigable esfuerzo por alcanzarlas lo que nos ayude. Que mis primos vivan infinidad de experiencias que los conviertan en seres capaces. Que las burlas me hagan más fuerte, y mi empeño por evitarlas se transforme en valor para disfrutar de cómo soy. Que buscando a una encontremos a decenas de personas, y que recorramos distintos caminos que nos lleven a magníficos lugares.

Y quizá creer en nuestra imperfección es, precisamente, lo que nos haga avanzar.
 

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