lunes, noviembre 24, 2014

Las pesadillas también son sueños

Y forman parte de nosotros, queramos o no.

Como las pesadillas, hay un sinfín de sucesos, estados, recuerdos, objetos, emociones e incluso personas que, de un modo u otro, ocupan un pequeño lugar en el complicado entramado que nos conforma. Y eso nos convierte en seres de lo más complejos, pero al mismo tiempo en criaturas sumamente simples, porque en todos nosotros, sin excepción, se produce el mismo hecho.

Hay un determinado porcentaje de todos esos elementos que a ninguno de nosotros nos suele gustar aceptar. Por ello los escondemos tras los otros, dándoles a estos últimos la función de armadura indestructible. Aquello de lo que podemos o queremos presumir siempre estará a flor de piel, mientras que aquello que nos aterroriza quedará enterrado en lo más profundo de nuestro ser. Por desgracia, por mucho que tratemos de reprimirlo, continuará formando parte de nosotros, y hay un momento muy concreto en el que es imposible seguir dándole la espalda. ¿Porque cómo ignorar lo que somos?

Cuando caemos en los brazos de Morfeo, todo cambia. No tenemos el control racional de lo que ocurre en nuestra mente (aunque, ¿lo tenemos realmente en algún momento?) y esta se aprovecha, convirtiéndose en un supuesto enemigo, para atormentarnos con todo lo que intentamos rechazar con todas nuestras fuerzas. Las pesadillas son el arma más poderosa que tenemos contra nosotros mismos. Y así, irónicamente, somos nosotros los que podemos hacernos mayor daño, nadie más. Y la lucha contra uno mismo nunca termina del todo, al igual que tampoco empieza. No somos conscientes de que peleamos contra alguien, pues en realidad no es una batalla en la que existan dos lados, dos bandos enfrentados, y eso la vuelve la más complicada de todas las peleas que puedan producirse. Porque quizá, en el fondo, no es ni siquiera una pelea.

Puede que, visto así, nos hayamos llevado ya una equivocada concepción de que las pesadillas son algo horrible. Pero nada más lejos de la realidad. Las pesadillas nos dicen mucho más de lo que nos quieren hacer sentir. Como un recién nacido que llora desconsoladamente sin saber cómo transmitir su mensaje, una dolorosa pesadilla puede estar queriéndonos decir algo. Algo que (menuda casualidad) intentamos por todos los medios de esconder bajo las capas y capas de nuestro propio entramado. Y quizá las pesadillas son mucho más fáciles de interpretar de lo que queremos admitir, pero a menudo el mal sabor de boca que nos dejan se convierte en la excusa perfecta para no volver a ellas, para ocultarlas una vez más bajo todo aquello que finge protegernos.

No me gusta huir de mis pesadillas, pero huyo. Por miedo a encontrar cosas que me horroricen. O por miedo a encontrarme a mí, sin capas, sin entramado. Y puede que ambos miedos sean a lo mismo.

1 delirio(s):

Bibi dijo...

Jopeee me has emocionado mucho. Se me ha caído la lagrimilla, estoy muy sensible hoy. Es que ya sabes que últimamente tenía muchas pesadillas, aunque bueno, parece que ya se han acabado. Y si lo pienso puedo adivinar el por qué. Pero bueno, eso lo voy a dejar ahí bajo alguna "capa de mi entramado" porque no me apetece pensarlo, no quiero odiar a nadie.

 

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