Me relaja observar el agua. Siempre está en movimiento, nunca se detiene. Ni siquiera cuando ningún bote cruza el río, ni cuando el viento desaparece y no mueve la superficie. Nada la detiene. Supongo que me gustaría ser agua, aunque siempre he sido fuego, y siempre he tenido miedo de consumirme. Sin incorporarme, todavía apoyada en la barandilla, giro la cabeza hacia él. Está mirando el río fijamente. Y algo en sus ojos hace que, en ese instante, lo comprenda. Porque Stiles es agua, y yo me muero de sed.
martes, septiembre 01, 2015
jueves, junio 11, 2015
Exploradores
No me gusta decir que me perdiste, me suena demasiado dramático, y no me apetece hacer de esto algo parecido a una obra teatral. Tampoco me gusta decirlo porque suena a que me tuviste, como si yo te hubiera pertenecido de algún modo y en un momento determinado hubiera dejado de hacerlo. Creo que ni es tan trágico, ni tan enrevesado. Digamos, simplemente, que pasé de buscarte a encontrarte, porque te encontré, y descubrí de golpe que la búsqueda había sido mucho más enriquecedora que el hallazgo final.
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miércoles, junio 10, 2015
Y yo qué sé
Te he recordado mientras arreglaba la estantería esta mañana. No es que sea muy romántico, pero seamos honestos, nunca lo fuimos. Aunque tuvimos nuestro castillo; tú fuiste un verdadero rey, y yo algo así como la princesa de China. Y sé que hay muchas cosas que quedaron por hacer, pero siento que no importa si mantenemos vivas las que sí llegamos a cumplir, que no fueron pocas. Me reconforta saber que siempre tendremos esa canción, esas llamadas, ese beso a las doce treinta.
Espero que me recuerdes como una disparatada tarde de verano, como un chute de adrenalina que ni siquiera recuerdas de dónde llegó. Realmente eso es lo de menos.
Y ojalá me recuerdes.
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sábado, mayo 16, 2015
El tarro de cristal
Papá siempre guardaba las galletas en el mismo tarro de cristal. Cuando apenas tenía cinco años, me ponía de puntillas frente al armario de la cocina y me estiraba, con mucho empeño y esfuerzo, todo lo que mis torpes extremidades me permitían con tal de alcanzarlo. Rara vez conseguía que mis dedos lograran siquiera rozar el tarro de cristal, pero no por ello dejé de intentarlo siempre que me apetecía devorar unas cuantas de aquellas galletas. Casi sin hacer ruido, mamá aparecía en el umbral de la puerta, me observaba con una sonrisa divertida y se acercaba para darme un par de galletas ella misma. Y aunque he de confesar que yo las recibía encantado, una parte de mí las aceptaba a regañadientes, como si tras correr un largo maratón, apenas a unos metros de la meta, alguien me hubiera recogido en una carretilla y me hubiera llevado hasta el final.
Puedo decir con toda seguridad que lo único que ha permanecido presente siempre en esta casa ha sido el tarro de cristal. Abro hoy el armario de la cocina y ahí está, una vez más, sin decepciones: la tapa de color marrón oscuro encima, las galletas apiladas en el interior. Papá ya no está, pero el tarro sí. Y las galletas. Recuerdo que le gustaba partirlas en cinco trozos desiguales para, a continuación, machacarlas todavía más en el interior de su taza de café. Creaba una masa pastosa que a él le pirraba saborear cada mañana, pero que revolvía los estómagos de todos los que teníamos ocasión de observar el vaso de cerca. Reconozco que a veces me he planteado probarlo, seguir el procedimiento matutino de papá y descubrir qué tenía ese dichoso y sospechoso desayuno para conseguir que aquel hombre se negara rotundamente a cambiar de rutina y comenzara cada día con aquella taza. Y del mismo modo reconozco que he sido totalmente incapaz de hacerlo, pues la sola idea de intentarlo acaba con todo mi apetito.
En toda casa que se precie hay un tarro de cristal. Y con esto no tengo por qué referirme a un tarro de cristal per se, sino a ese objeto inanimado que desafía el paso del tiempo y acompaña a los habitantes de un hogar cada día de sus vidas. Puede ser un viejo escobero, un reloj de cuco (¿no les encantan los relojes de cuco? ¿O más bien les aterran? Confieso que cada vez que visitaba a mis tíos, observaba el viejo reloj de cuco del salón y cruzaba los dedos a mi espalda, rezándole a Dios para que no diera la hora hasta que yo me hubiera marchado) o un simple perchero. Todos ellos pasan inadvertidos a nuestros ojos, acostumbrados a verlos día tras día. Y un buen día, uno se da cuenta, los reconoce como lo que son: ese símbolo de inmortalidad, que horroriza y reconforta, así, tan contradictorio como suena.
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jueves, mayo 14, 2015
Tengo ganas de ser aire y me respires para siempre
Su pelo es el tipo de pelo que quieres acariciar hasta que la noche deje de ser noche. Del tipo de pelo con el que sabes que soñarás durante las próximas veintisiete madrugadas. Suave, fino, brillante. Por no hablar del atractivo abismo que encuentras en sus ojos. Del tipo de abismo en el que sueñas con caer, de los de «absórbeme lento». Las miradas se encuentran. Y cuando los labios se entreabren, ¿qué queda por decir?
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miércoles, abril 08, 2015
A contracorriente
Tarde o temprano, llega. Ese punto de inflexión, el momento en que la lucidez se apodera al fin de nosotros. ¿O nosotros de ella? Y lo ves, y lo comprendes. Puede que hasta siempre lo hubieras hecho, pero nunca te atreviste a creerlo del todo. Nada es eterno. Ahora lo sabes. Al igual que sabes que es precisamente esa fugacidad lo que valoriza el más triste soplo de viento. No importa durante cuánto, sino cómo, con cuánta intensidad, con cuántas sonrisas.
Ahora lo sé. Estamos subidos, todos nosotros, a un tren sin parada, saltando de vagón en vagón como si nos fuese la vida en ello; a veces corriendo sobre las vías, a veces flotando por encima del humo, dejando atrás el suelo. Me he pasado los últimos tres meses hablándote de esto, ya casi no veo los vagones, y me quedo sin aire. Así que espero que no me juzgues demasiado si dejo que me cojas de la mano y que me digas que saltemos al siguiente, porque hoy me he despertado con unas irremediables ganas de ser efímera. Como un tren en medio del océano, a contracorriente.
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martes, marzo 03, 2015
sábado, febrero 14, 2015
All this bad blood here, won't you let it dry?
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lunes, febrero 09, 2015
Corazones humanos
—¡Arráncamelo! —exclama de pronto—. ¡No puedo más, es insoportable! No lo aguanto, se escapa a mi control. No soporto la forma en la que bombea aceleradamente con tu recuerdo. O sentir cómo se encoge cada vez que alguien pronuncia tu nombre. ¡Ya no lo quiero, ten! ¡Tíralo donde quieras! Porque tampoco pienso convertirme en una de esas personas que lo guardan en un frasco de cristal y lo llevan consigo a todas partes, mostrándolo, exhibiéndolo como un trofeo. Y casi parecen gritar:
«¡Mira, lo tengo aquí guardado,
así que trátame con cuidado
y no hagas que se estampe contra el suelo...!».
Qué más da que se haga añicos,
si cada vez que lo miro
ardo más en tus infiernos.
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domingo, enero 25, 2015
Monique
Monique lleva el pelo muy corto, pero no tanto como para que la confundan con un chico; flequillo recto y un par de mechones recogidos con una horquilla. Su madre tiene un gusto exquisito para la ropa, así que siempre va vestida con preciosos jerseys de lana, minifaldas de colores y calcetines hasta las rodillas. Sus ojos son del color del café, ese que todos los adultos toman por las mañanas antes de irse a trabajar y les da la suficiente energía para afrontar cada día. Por eso, para ella, Monique es como el café. Porque tiene exactamente ese efecto; por mucho que sean las ocho de la mañana, su solo recuerdo aleja todo rastro de sueño de su cuerpo y le hace darse prisa para llegar con tiempo de poder verla.
Monique va a Tercero B, la clase de al lado. ¡Y vaya usted a saber por qué no le tocó estar en el grupo A, con ella! Aunque jamás hayan compartido una sola clase juntas, está acostumbrada a verla a diario. A primera hora se queda rezagada para ver llegar a Monique con su mamá, y al acabar siempre es la primera en recoger y salir del aula a toda prisa para decirle adiós con la mano. Recuerda su primer día de escuela, los nervios y el miedo de pasar tanto tiempo fuera de casa. Pero sobre todo recuerda a Monique, cerrando su paraguas rojo, mirándose los zapatos mojados por la lluvia. Ella se acercó y le prestó su pañuelo para que pudiera limpiárselos. Hacía mucho frío en París y Monique no podía pasarse el día con los pies mojados. Se hubiera resfriado. Y ella no se lo hubiera perdonado.
A los niños de su clase les gusta correr tras las niñas en el patio y jugar a darse besos. Una vez Antoine casi llegó a besar a Monique, pero esta se deshizo de él con un encantador «no podemos besarnos porque no somos novios y solo los novios se pueden dar besos». Ella a veces se pregunta cómo sería besar a Monique. Correr tras ella por los jardines, atrapar la manga de su jersey y obligarla a detenerse. Quizá se acercaría un poquito primero, para ver hasta dónde alcanza el castaño de sus ojos, y luego alargaría la mano para pasar el pulgar sobre los labios de Monique. Seguro que son suaves, y cálidos. Ustedes no entienden la importancia de que sean cálidos porque no han vivido un invierno en París. ¿Cómo sería sentirlos contra sus propios labios? La sola idea le produce un cosquilleo en el estómago.
Una tarde le habló a su nana de Monique, sin escatimar en detalles. Le dijo, incluso, que le gustaría besarla. Pero la nana la reprendió y le dijo que eso no estaba bien, que las niñas se besaban con niños. ¡Pero ella, como ya saben, no quiere besar a ningún niño de su clase! ¡A ella solo le interesa saber cómo es besar a Monique!
Por eso sigue dándose prisa por llegar pronto a la escuela, haga frío, llueva o nieve. Por eso continúa llevando su pañuelo bien guardado en su bolsillo; quizá Monique vuelva a necesitarlo.
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jueves, enero 22, 2015
Another map of my head
How can you wake up every morning and face the world? How can you live with all these pictures, ideas, sounds, feelings in your soul? It's exhausting. It's mad. So I hope it's worthy.
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miércoles, enero 21, 2015
Cupid's demanding back his arrow
Cupido no fue el dios más valorado en la época romana. Ni siquiera lo es a día de hoy. Cupido piensa que cualquiera de los otros dioses ha sabido cumplir mejor con su cometido y se castiga en silencio por todos los horrores que sus flechas han provocado. Su tarea es ardua, mucho más de lo que se tiende a pensar. Y más que una tarea, con el tiempo, se ha ido convirtiendo en una pesada carga. La tremenda responsabilidad de ser el arquero causante de numerosas tragedias. Cupido observa desde la lejanía los efectos de sus flechas y se pregunta qué sentido tiene todo lo que hace. ¿Se les ha preguntado a los mortales si desean o no la visita de Cupido en su efímera existencia?
Nadie sabe que Cupido tiene miedo de sus propias flechas. Conoce bien su poder. Ha visto toda la ruina que dejan a su paso. Por eso sostiene cada flecha con cuidado. Tensa el arco despacio, inspirando profundamente, y la deja ir con angustia, como quien corta la cabeza a un sentenciado. No se libra de un peso al verla volar, sino que carga con él a partir del momento en que la suelta. Y Cupido desaparece de la escena, sin mirar atrás, en parte por temor a ver el inicio de otra de las catástrofes de las que se siente enormemente culpable.
A veces, Cupido sueña con remediar todo el daño que ha causado. Porque la idea de que no todo está perdido alivia su angustia, aunque tan solo sea un poco. Imagina que vuela sobre cada uno de los mortales a los que ha disparado alguna vez y les pide que le devuelvan sus flechas. No se imagina cómo sería pedirles perdón, pues Cupido en realidad teme más la ira de los mortales que la ira de los dioses. Los primeros sí tienen motivos para odiarlo. Pedirles perdón significaría revelarles que, en efecto, ha sido él el único responsable de toda su desdicha. Y puede que Cupido, al fin y al cabo, tan solo sea un cobarde alado con un arco.
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lunes, enero 12, 2015
"Love is stupid monkeys dancing in a slapstick hurricane"
Quizá y sí es solo que tengo demasiadas cosas en la cabeza, pero quizá también resulta que es en estos momentos cuando mejor lo veo todo. Instantes caóticos generan perspectivas y visiones acertadas. El caso es que no puedo sacarme de la cabeza el hecho de que el amor mueve las cosas. Mueve el mundo, dicen algunos. De un modo positivo, de un modo negativo, ambos a la vez. Pero lo mueve, nos mueve. Nos llena de una brutal energía y nos corrompe a infinitos niveles. El amor nos transforma, saca partes de nosotros mismos que jamás hubiéramos imaginado que existían. O puede que, como dice Wallace en What If, tan solo sea una justificación; que el amor sea una invención del hombre para excusar el comportamiento más egoísta de todos, es decir, el humano. Puede que ni siquiera exista como tal. No lo sé. Hoy, para mí, tan solo es una palabra más. Un término con el que referirme a una gran cantidad de cosas: momentos, experiencias, sensaciones, canciones, personas. Pero hoy no puedo hablar del amor con todas sus letras, no me sale, no creo. Y podría escribir una preciosa entrada acerca de lo maravilloso que sería vivir una historia a lo Wallace y Chantry, pero como he dicho al principio, tengo demasiadas cosas en la cabeza, y no puedo dejar de pensar que, si el amor mueve las cosas, mi vida está comenzando a intoxicarse con él.
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What If
jueves, enero 08, 2015
Sin planes ni permisos
Me he cansado de hacer planes, de hablar de días que aún no llegan y de soñarlos por las noches. Te pido perdón ahora por no sonreírte luego, sé que no lo haré. Si lo hiciera corro el peligro de que se haga evidente que me encantaría que ocurriera, todo, cada estúpido detalle.
Resulta que he decidido no volver a pedirte permiso. Para nada. No te pediré permiso ahora que estoy a punto de cerrar los ojos y dejar que las luces pasen, una a una. Todas las que tengan que pasar. Y tras ellas, los coches, las mañanas, los batidos de chocolate, las pastillas de jabón. Que pasen todos los arrepentimientos y las desilusiones. También las personas, algunas rápidamente, otras no tanto, que pasen sin prisa. Porque todo pasa.
Y cuando al fin abra los ojos, puede que sonría. Es muy posible. Y tampoco pienso pedirte permiso para cogerte de la mano, después de recordarte al oído que me debes una copa, y mil deseos. Te convierto, sin permiso, en mi genio de la lámpara.
Pero en este instante, me detengo. Acabo de darme cuenta de que, intentando huir de la planificación, he metido nuestros planes en un plan mayor. ¿No es eso peor?
Definitivamente, no tenemos remedio.
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domingo, enero 04, 2015
Track 5
You were all I wanted,
but not like this.
Era septiembre y aún no había terminado de limpiarme las lágrimas cuando todo empezó.
Sabía lo que me ocurría no porque lo hubiera sentido antes, sino porque lo había visto cientos de veces en cientos de películas de Hollywood. Presentaba todos los síntomas que yo relacionaba con la palabra que empieza por "a" (y, por favor, no me hagas decirla, ni siquiera hoy puedo pronunciarla). Trastocaste mi rutina por completo. Soñarte cada día, pensarte sin descansos. No poder dejar de mirarte, de necesitar tu voz. Volverme loca tras días sin verte. Y los vuelcos en el estómago cada vez que alguien decía tu nombre. Me había convertido en aquello que escribía en mis historias, sin saber que, al igual que ellas, la nuestra no iba a tener un final feliz.
Y me arrastraste, poco a poco, a tu lado. El abismo era impresionante, pero nunca tuvimos vértigo, al menos yo no. Bajaste la persiana y el mundo desapareció. Entre aquellas cuatro paredes descubrí una realidad alternativa en la que tú y yo podíamos convertirnos en un nosotros, y sabía demasiado bien. Me enseñabas a cerrar los ojos sin dejar caer los párpados, a reír tan fuerte que la risa se transformaba en silencios y miradas. Me dejabas escuchar acordes que nadie había escuchado antes, sin saber cuánto significaba aquello para mí. Me hablabas de películas independientes, de clásicos que nunca leíste, de grupos de los ochenta que nadie conocía. Y todo parecía demasiado, simplemente demasiado. ¿Lo sentías? Todo. Hubiera apostado que sí, aquella noche, cuando me sonreíste de aquel modo mientras me presentabas a toda tu familia, uno por uno, en plena cena. Dime, ¿lo sentías? Cuando atrapaste mi brazo, cuando volviste a llevarme a nuestra realidad. Rápido. La persiana bajada, nuestra canción en tu reproductor. Mi cabeza sobre tu hombro, tu brazo en torno a mi cintura. Y volvíamos a ese nosotros.
Puede que fuera precisamente el hecho de tener que mudarnos a otro mundo para poder ser eso lo que te hizo decirme adiós cuando ni siquiera me habías dado un hola en toda regla. Sabías muy bien lo mucho que quería hacer de aquella realidad la única realidad posible, pero nunca decidiste del todo qué era lo que tú querías. Porque la única vez que probé tus labios sabían a todo menos a ti. Y el abismo se hizo cada vez más grande, y de repente el vértigo fue demasiado. Demasiado, como todo. Casi de manera gradual, nos perdimos. En conciertos, entre gente diferente. En un mundo en el que yo era yo y tú eras tú. No volvimos a hacer nada de lo que hacíamos y no volvimos a soñar, como si jamás hubiéramos ocurrido en absoluto.
Por eso, hoy, ya no tiene sentido. Los recuerdos permanecen pero es demasiado tarde para volver a bajar la persiana. Me encantaría creerte cuando dices, muy convencido, que has cambiado, pero la verdad es que los dos sabemos que lo único que sientes es el mismo miedo, el mismo vértigo. Hoy, ya no tiene sentido. Porque me dejaste sola con todo lo que habíamos creado, cuando lo único que tenías que hacer era quedarte.
Y me arrastraste, poco a poco, a tu lado. El abismo era impresionante, pero nunca tuvimos vértigo, al menos yo no. Bajaste la persiana y el mundo desapareció. Entre aquellas cuatro paredes descubrí una realidad alternativa en la que tú y yo podíamos convertirnos en un nosotros, y sabía demasiado bien. Me enseñabas a cerrar los ojos sin dejar caer los párpados, a reír tan fuerte que la risa se transformaba en silencios y miradas. Me dejabas escuchar acordes que nadie había escuchado antes, sin saber cuánto significaba aquello para mí. Me hablabas de películas independientes, de clásicos que nunca leíste, de grupos de los ochenta que nadie conocía. Y todo parecía demasiado, simplemente demasiado. ¿Lo sentías? Todo. Hubiera apostado que sí, aquella noche, cuando me sonreíste de aquel modo mientras me presentabas a toda tu familia, uno por uno, en plena cena. Dime, ¿lo sentías? Cuando atrapaste mi brazo, cuando volviste a llevarme a nuestra realidad. Rápido. La persiana bajada, nuestra canción en tu reproductor. Mi cabeza sobre tu hombro, tu brazo en torno a mi cintura. Y volvíamos a ese nosotros.
Puede que fuera precisamente el hecho de tener que mudarnos a otro mundo para poder ser eso lo que te hizo decirme adiós cuando ni siquiera me habías dado un hola en toda regla. Sabías muy bien lo mucho que quería hacer de aquella realidad la única realidad posible, pero nunca decidiste del todo qué era lo que tú querías. Porque la única vez que probé tus labios sabían a todo menos a ti. Y el abismo se hizo cada vez más grande, y de repente el vértigo fue demasiado. Demasiado, como todo. Casi de manera gradual, nos perdimos. En conciertos, entre gente diferente. En un mundo en el que yo era yo y tú eras tú. No volvimos a hacer nada de lo que hacíamos y no volvimos a soñar, como si jamás hubiéramos ocurrido en absoluto.
Por eso, hoy, ya no tiene sentido. Los recuerdos permanecen pero es demasiado tarde para volver a bajar la persiana. Me encantaría creerte cuando dices, muy convencido, que has cambiado, pero la verdad es que los dos sabemos que lo único que sientes es el mismo miedo, el mismo vértigo. Hoy, ya no tiene sentido. Porque me dejaste sola con todo lo que habíamos creado, cuando lo único que tenías que hacer era quedarte.
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sábado, enero 03, 2015
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