Monique lleva el pelo muy corto, pero no tanto como para que la confundan con un chico; flequillo recto y un par de mechones recogidos con una horquilla. Su madre tiene un gusto exquisito para la ropa, así que siempre va vestida con preciosos jerseys de lana, minifaldas de colores y calcetines hasta las rodillas. Sus ojos son del color del café, ese que todos los adultos toman por las mañanas antes de irse a trabajar y les da la suficiente energía para afrontar cada día. Por eso, para ella, Monique es como el café. Porque tiene exactamente ese efecto; por mucho que sean las ocho de la mañana, su solo recuerdo aleja todo rastro de sueño de su cuerpo y le hace darse prisa para llegar con tiempo de poder verla.
Monique va a Tercero B, la clase de al lado. ¡Y vaya usted a saber por qué no le tocó estar en el grupo A, con ella! Aunque jamás hayan compartido una sola clase juntas, está acostumbrada a verla a diario. A primera hora se queda rezagada para ver llegar a Monique con su mamá, y al acabar siempre es la primera en recoger y salir del aula a toda prisa para decirle adiós con la mano. Recuerda su primer día de escuela, los nervios y el miedo de pasar tanto tiempo fuera de casa. Pero sobre todo recuerda a Monique, cerrando su paraguas rojo, mirándose los zapatos mojados por la lluvia. Ella se acercó y le prestó su pañuelo para que pudiera limpiárselos. Hacía mucho frío en París y Monique no podía pasarse el día con los pies mojados. Se hubiera resfriado. Y ella no se lo hubiera perdonado.
A los niños de su clase les gusta correr tras las niñas en el patio y jugar a darse besos. Una vez Antoine casi llegó a besar a Monique, pero esta se deshizo de él con un encantador «no podemos besarnos porque no somos novios y solo los novios se pueden dar besos». Ella a veces se pregunta cómo sería besar a Monique. Correr tras ella por los jardines, atrapar la manga de su jersey y obligarla a detenerse. Quizá se acercaría un poquito primero, para ver hasta dónde alcanza el castaño de sus ojos, y luego alargaría la mano para pasar el pulgar sobre los labios de Monique. Seguro que son suaves, y cálidos. Ustedes no entienden la importancia de que sean cálidos porque no han vivido un invierno en París. ¿Cómo sería sentirlos contra sus propios labios? La sola idea le produce un cosquilleo en el estómago.
Una tarde le habló a su nana de Monique, sin escatimar en detalles. Le dijo, incluso, que le gustaría besarla. Pero la nana la reprendió y le dijo que eso no estaba bien, que las niñas se besaban con niños. ¡Pero ella, como ya saben, no quiere besar a ningún niño de su clase! ¡A ella solo le interesa saber cómo es besar a Monique!
Por eso sigue dándose prisa por llegar pronto a la escuela, haga frío, llueva o nieve. Por eso continúa llevando su pañuelo bien guardado en su bolsillo; quizá Monique vuelva a necesitarlo.
1 delirio(s):
Ehé. Me gusta ^^
Publicar un comentario