Mañana no será más fácil. Hoy es peligroso, pero hay que ser atrevido. Ayer era un total y absoluto disparate. Y aquí estamos. Con un poco de suerte, quizá mañana sea el éxito, la satisfacción de haber alcanzado lo inalcanzable. Por una vez, tengamos un poco de fe.
Porque qué no puede darnos miedo, paralizarnos en un instante y hacernos dudar. Cada cambio lo da. No soy partidaria de no tener miedo, pues eso sería ir contra nuestra propia naturaleza. Pero tampoco soy partidaria de dejar que éste nos controle durante demasiado tiempo. Dejemos que se apodere de nuestra mente un segundo, el instante necesario para sentirnos humanos, y luego demostrarle que hasta esta tonta especie puede conseguir cualquier cosa que se proponga. No estoy prometiendo nada, no seré tan inconsciente de darte la garantía de una victoria, ¿quién puede darte eso? Sin embargo, mientras hayas sido capaz de dejar atrás ese temor, ese angustioso miedo al fracaso, habrá valido la pena.
Tampoco puedo prometerte que ese miedo no permanezca ahí durante tu aventura. No va a desaparecer sin más, él se alimenta de ti, devorará cada una de tus ilusiones y se regodeará viendo el brillo asustadizo en tus pupilas. Estará al acecho durante un largo tiempo, hasta que al fin seas realmente capaz de continuar sin prestarle atención. Cuando eso ocurra, como si se tratara de una abominable sustancia, se irá diluyendo sobre la tierra. No, no habrá muerto, seguirá ahí, esperando un momento de debilidad para hundirte con él. Porque uno nunca se deshace del todo del miedo.
Por ello, hoy te pido algo. Por el ayer, por el mañana, adelante. Valdrá la pena, sea cual sea el final. Olvida el miedo. Y, de todas formas, ¿no será eso ya toda una victoria?
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