Siento toda la presión, la incomodidad, la agonía atragantada en tu garganta sin posibilidad de hacerla desaparecer; pues hoy te puedo asegurar que no fue premeditado. Siento toda la inestabilidad emocional que por mi culpa has tenido que sufrir día tras día, ésa que por más que intentarás sobrellevar... era imposible. Las personas que lloran a solas lo hacen tan sólo para parecer más fuertes, conscientes de que ahí, en esa difusa y solitaria intimidad, son la debilidad hecha realidad. Siento, aunque jamás lo creas, el agotamiento tanto físico como mental que te hice padecer. Nadie dijo que esto iba a ser fácil, simple. Siento, también, las frustrantes indecisiones, los malos razonamientos, las interminables reflexiones pseudo-filosóficas y los sueños delirantes e inalcanzables. Siento las pesadillas que te despertaban en medio de la noche, asfixiándote, y permanecían durante días en tu mente. Siento que perdieras, a menudo, la razón y el conocimiento de ser lo que quieres ser. Siento todo el dolor causado, lo siento de veras. Pero siento, sobre todo, una cosa. Probablemente la más cruel de todas, la que nunca supiste superar, admitir, aceptar. Siento que te hubieras enamorado. No estaba en ninguno de nuestros planes, te lo prometo. No hemos aprendido a manejar las riendas de esto, y puede que, tal y como están las cosas, nunca lleguemos a hacerlo. Te deseo suerte, porque creo que no luchamos en vano. Que la derrota de hoy nos acerque a la victoria de mañana.
Un saludo,
Tu adolescencia.
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