jueves, noviembre 03, 2011

Ashley

¡Qué bonito es ser la reina del baile! La más guapa, la más envidiada y deseada. Toda chica sueña con serlo una vez en su vida, especialmente si es su último año en el instituto. Curiosamente, ella ha podido disfrutar de ese privilegio. No obstante, ¿alguien la creería si supiera que ha sido la noche más amarga de toda su existencia?

¡Ashley! ¡¿Pero qué demonios has hecho?! Quítatelo ahora mismo y dámelo... Es lo único que le ha dicho su madre, a gritos, cuando ha llegado a casa y ha visto todas las manchas y el par de desgarrones que llevaba en el vestido de graduación. Como no podía ser de otro modo, no ha visto las lágrimas que inundaban los ojos de su hija, así como tampoco el maquillaje corrido y el leve temblor de sus labios. Qué más da. Todo eso quedaba eclipsado por el deterioro del vestido de casi diez mil dólares que le compró a su hija para que estuviera, sencillamente, deslumbrante en su último baile en el instituto.

Antes de llegar a su habitación, Ashley se ha quitado la ropa y se la ha dado a su madre. Y cuando ha entrado en su cuarto, ha visto su silueta en el espejo. Primero, vacila, pero no tarda en dar dos pasos atrás y detenerse frente a él. Puede ver su cuerpo reflejado, pero no se reconoce en él. Es como verse desde otro punto de vista, lejano, como si no fuera ella la que ocupara aquel cuerpo y, por tanto, no pudiera responder por él. Ve sus hombros convulsionarse, las lágrimas que continúan resbalando por sus mejillas, pero no lo siente. De hecho, ya no siente nada. Observa su piel, amoratada en algunos lugares, tanto por el frío como por lo que ha sucedido. El sujetador, colocado torpemente, está sucio. Se lo quita, a la vez que la parte de abajo del conjunto, y queda totalmente desnuda frente al cristal. Sólo hay algo que todavía no se ha quitado: sobre su cabello aún conserva la corona de reina del baile. Quiere quitársela, arrancarla, tirarla con fuerza contra la pared, pero sus manos ya no le responden.

Débil. Cae al suelo, convulsionándose, y aprieta los labios con los dientes para no llorar hasta incluso llegar a hacerse sangre. Araña con fuerza la alfombra de terciopelo; siente sus uñas romperse una a una por culpa de la ira que la posee. Pero todo dolor físico resulta una mera caricia en comparación a lo que guarda en su interior.

No recuerda cuántas horas ha estado así, pero se sorprende al descubrir la hora en el reloj de la pared. Ya son las cuatro. Se levanta y tras coger ropa limpia entra en el baño para darse una ducha. Encuentra su teléfono móvil en el lavabo. Marca el número de Holly, por instinto. Pero ésta no le contesta. ¿Qué está haciendo? ¿Todavía estará en el baile? No puede ser, ya es muy tarde. Al tercer intento, tira el móvil al suelo, enfadada. Todo el mundo parece imbécil esa noche. Recuerda perfectamente las miradas (algunas, preocupadas; otras, burlonas) de la gente, lejos de envidiarla por ser esa noche la reina del baile: todos se han enterado de lo de Jason con la de quinto. ¿Y creen que ella no? Lo supo incluso antes que ellos. Pero ha estado demasiado cabreada y ocupada para enviarlo a la mierda oficialmente. Ashley se cuela dentro de la ducha y un instante más tarde el agua cae sobre su piel. Igual que el bruto de Charlie y sus amigotes, que, hasta el culo de coca, la han acorralado en el baño y se han aprovechado de ella. Eh, venga, Steve, no seas marica, escuchaba que le decían al más pequeño, que no quería tomar parte en aquello. Si ha de ser sincera no recuerda nada más, la ansiedad la ha invadido por completo y sólo ha podido cerrar los ojos, y esperar que todo pasara, eran demasiados contra ella sola...

Ni siquiera dentro de la cama, tapada con varias mantas, consigue dejar de tiritar. ¿Y ahora qué?, se pregunta. ¿Qué se supone que debe pasar? Si a nadie le importa, si nadie luchará por ella... Quizá es hora, por fin, de que empiece a hacerlo ella misma.

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