Ya son las cuatro.
Vuelve a asegurarse. Levanta la muñeca derecha hasta la altura de sus ojos y entrecierra éstos para poder ver mejor. Puede oír el tic-tac de la varilla más larga, la de los segundos. No hay duda, ya son las cuatro. Teniendo en cuenta que debía estar en casa a las once para acostar a Mike, no es que llegue precisamente a tiempo.
Pero, ¿importa?
Holly mete, sin cuidado de no hacer ruido, su llave en la cerradura. Tras un breve forcejeo, la puerta se abre. Un aroma a queso rancio y a cerveza se cuela por sus orificios nasales. No le provoca mueca alguna, está acostumbrada a aquel olor. Avanza por el pasillo a oscuras, con cuidado de no pisar ninguna prenda sucia, alguna lata vacía o cualquier otro objeto que no debería estar allí. Sin embargo, termina pisando varias bolsas de plástico que alguien ha dejado olvidadas la tarde anterior en el suelo, muy cerca de la puerta de la cocina. Va directa a la habitación del fondo, la de Mike, pero se detiene al pasar por delante de la de su otro hermano y ver que todavía está despierto.
-¿Kellan?
El resplandor de la pantalla del televisor ilumina su rostro cansado. El pequeño de tan sólo nueve años frunce el ceño sin apartar la vista del aparato, ni siquiera alza la vista para mirar a su hermana cuando le dice:
-¿Qué?
Tampoco Holly está sorprendida de haberlo encontrado despierto. En el fondo sabe muy bien que Kellan nunca puede conciliar el sueño hasta que ella llega a casa. Holly cierra la puerta tras de si y descubre que Kellan está viendo en la televisión una peli porno nocturna. Sin más dilación, apaga el televisor.
-No deberías ver esas cosas.
Haciendo caso omiso a las protestas de Kellan, la joven lo envía a dormir. Busca en sus cajones algún pijama limpio, pero no lo hay: todos están por el suelo desde hace varios días. Suspira y lo arropa sin quitarle su chándal gris.
Antes de que Holly haya abandonado la habitación, Kellan ya se ha dormido. Camina hasta la habitación de su otro hermano y tampoco esta vez se sorprende al descubrir que, a diferencia de Kellan, Mike sí está dormido. A pesar de ser más pequeño, siempre ha sido más responsable. A menudo Holly se pregunta de quién lo habrá aprendido.
-¿Holly, eres tú?
Entra en su habitación sin contestar a esa voz embriagada que llega desde el fondo del corredor, probablemente porque le trae malos recuerdos sobre todo a esas horas de la madrugada, cuando era manoseada por él. Nunca le ha llamado padrastro, ni tampoco por su nombre. Simplemente es el tipo que se tira a mamá y de vez en cuando trae dinero a casa porque las apuestas de la semana le han sido favorables. En realidad, a Holly no le gusta llamar a nadie a quien odia por su nombre. No son para ella siquiera dignos de ser nombrados por una palabra propia.
Se acuesta en su cama sin quitarse el vestido. Y llora. ¿Motivos? Los puede hallar por todas partes, pero esa noche son más especiales, si cabe. Porque ha terminado su último curso del instituto, porque no ha aprobado ninguna asignatura. Porque el baile de graduación ha sido una impresionante mierda. Porque Jason Highway, el novio de Ash (su mejor amiga), se ha follado a una de quinto y todos lo saben, menos ella. Porque, para variar, Danny le ha estado comiendo la boca a Grace delante de sus narices... Porque es adolescente, y el mundo le pide a gritos que, día a día, comience a dejar de serlo si quiere que su familia esté bien.
Qué injusto, ¿no?
Un ruido en la ventana. Lo ignora. En su cabeza todavía tiene miles de imágenes de esa misma noche. Recuerda, sin saber por qué, la voz de Dianna. ¿Quieres? Una bolsita llena de algo que incluso en la oscuridad puede identificar como maría. Alza una ceja. Vamos, Holly, lo pasaremos bien. Si Ash ni siquiera sabe cómo fumarse todo eso ella sola, piensa Holly mientras la chica le sonríe. Rechaza la invitación, no tiene ganas de ver lo ridícula que estaría su compañera fumando algo de lo que no tiene ni idea que le provocará.
Otro golpecito. Esta vez ya no puede ignorarlo. Se levanta, sube el cristal de la ventana y asoma la cabeza. Abajo, una silueta con un grapado de piedrecitas en la mano que suelta en cuanto Holly aparece. Danny. No podía ser otro. Y Holly habla exactamente como Kellan había hecho minutos antes.
-¿Qué?
-¿Estás enfadada?
Como si hubiera alguna duda. Holly no le contesta. Un instante de silencio en medio de la noche.
-¡Oh, vamos, Holly! -Danny alza los brazos-. ¡Iba borracho!
-Como casi siempre.
Él se rasca la nuca con una mano.
-A ver... ¡Holly! A ver... -y se muerde el labio inferior, inquieto-. ¿Qué quieres que haga? Porque lo haré, vamos. Dime.
-Suicidarte podría ser una buena solución.
-¡Oh, venga, Holly...! ¡Holly!
Y la joven cierra la ventana. Corre la cortina. Más golpecitos. Piensa hacer caso omiso, así que se coloca los auriculares y pone al máximo cualquier canción de su lista de reproducción. Se tumba en el colchón. Y llora, de nuevo.
¿Motivos...?
Porque cada vez se le hace más pesado ignorar las cosas.
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