El camión de la basura le ha despertado, a eso de las 0:49 de la noche. En un principio, no se ha dado cuenta; la comodidad de ese colchón es verdaderamente placentera. Todo es normal. Las sábanas, suaves, ligeras, siempre familiares. Y el tenue resplandor que se cuela por debajo de la persiana, que refleja la mesa de cristal unos metros allá. Nada nuevo para él.
Pero unos segundos después, lo recuerda. ¿Cuánto hacía que no estaba allí? Piensa, primero, que mucho. Luego, cuando consigue despejar su mente, que tampoco tanto. ¿Un año y dos meses? Algo así. Recorre la mirada por el techo, no quiere volver a dormirse. Le apetece saborear esos segundos de tranquilidad, de esa deliciosa felicidad que le provoca estar ahí. Se da la vuelta a la derecha, y la encuentra. Reconoce su espalda desnuda gracias a la poca luz que entra en la habitación. ¿Qué ha pasado? La pregunta suena en su mente tan idiota como en cualquier otra. Como si quedara alguna duda sobre la respuesta... Y sonríe de lado. Dobla el brazo y se sujeta la cabeza con la mano. Qué extraño es todo. Siempre lo ha sido, en realidad. Cuando acaban así, se marcha hacia las seis, antes de que ella se despierte. La situación sería muy extraña por la mañana, al encontrarse los dos, desnudos, en una cama. Y lo cierto es que, aunque nunca hay despedida, la situación siempre se repite. No es sexo por sexo. Es una relación compleja, casual, habitual. Extraña.
Decide adelantar el momento de marcharse, así tendrá tiempo de llegar a casa y dormir algo antes de irse a trabajar. Y cuando se incorpora, algo lo detiene. Una mano, la de ella. Se gira de nuevo y la ve, observándole. Al parecer no es el único al que el camión de la basura ha despertado. Ella le obliga a volver a su postura anterior, y él no opone resistencia. Descansa la cabeza sobre la almohada y suspira. No es un suspiro de fastidio, sino de alivio al saber que su estancia en ese lugar va a ser un poco más larga, aunque nunca llegue a admitirlo. Ella lo estudia durante unos segundos, seria. Él rehuye su mirada. Finalmente, ella susurra unas palabras, las palabras, ésas que él siempre ha deseado que le diga aunque no lo sepa ni él mismo. Necesito verte cuando despierte. Cierra los ojos, se le han humedecido ligeramente. Pero ella acaricia su mandíbula y él se arma de valor para dedicarle una mirada llena de significado. Se sorprende al ver que ella no parece triste, ni siquiera molesta, sólo sonríe. Y es una sonrisa tan sincera que su corazón da un vuelco. Ella pasa una pierna sobre las suyas y besa sus labios con suavidad. Caricia a caricia, paso a paso, se sinceran. Confiesan lo que nunca antes habían confesado. ¿Estarás cuando amanezca? Sí, hoy sí. Hoy quiero que necesites que esté. Abrázame, no hables, no pidas más. Siento todo lo que ha ocurrido. ¿He sido demasiado idiota? Y sabes que deberías acostumbrarte. Quizá nunca puedas perdonarme, o quizá sí. ¿Puedo decirte algo antes de volar juntos? Qué bien te sienta ese vestido invisible.
1 delirio(s):
Siempre haces igual. La ultima frase me mata :)
Escucha, que todo muy sentimental como siempre, sabes que me gusta.
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