Like any true love, it drives you crazy, but you know you wouldn't change anything, anything, anything.
¿Y ese cosquilleo? El de los pies, que se extiende hasta el estómago, que pasa por cada una de mis articulaciones. Hacía tanto tiempo que no lo experimentaba que comienzo a marearme. No te lo digo, porque no quiero que des uno de tus frenazos para detener la marcha. Además, a los de atrás no les haría mucha gracia: no dejan de cantar a gritos. Me giro y vuelvo a reír, porque me tienta unirme, pero no lo suficiente como para hacerlo. En cambio sí bajo la ventanilla, sí me asomo, sí extiendo el brazo y dejo que la fuerza del aire (esa fuerza de ir a ciento cincuenta kilómetros por hora) haga vibrar mis dedos. Otro cosquilleo.
Puede que, a fin de cuentas, ya no sea necesario pensar en el pasado. Justo en este momento comienzo a saberlo. Por una vez, me encanta la idea de comenzar algo nuevo sin un pie escondido, sin una maldita pieza de repuesto. Voy con todo, más peligroso que nunca, menos predecible que siempre. Y creo que lo sabes, o eso creo por la rapidez con la que subes el volumen de la música, como si de esa forma te creyeras capaz de espantar mis pensamientos. Sonrío y parpadeo, con la esperanza de terminar de espantarlos, a la vez que vuelvo a recostarme contra el asiento. No sé cuántas horas llevamos de viaje, pero tengo la sensación de que no ha hecho más que empezar.
A lo lejos, el sol se esconde. En la radio, una nueva canción, de cosquilleos. Y en el arcén, un letrero enorme: Bienvenidos a Nueva York.
0 delirio(s):
Publicar un comentario