Jamás podría vivir junto a una estación de tren. Unos van, otros vienen. Hoy me he dado cuenta de cuánto me asusta la simple idea de una estación. Odio el amargo significado que guarda. Porque odio las despedidas, porque odio pensar en ellas. La vida es cambio, pero de todos ellos quizá sea éste el que más duro me resulta. ¿Por qué un adiós pudiendo ser un hasta luego?
Por eso, porque no soporto despedirme de ti, el miedo se apodera de mis reflexiones. Me niego a despertarme sin la certeza de que voy a verte; no puedo, no quiero verte marchar. Hoy al menos no. La decisión está más que tomada, soy totalmente consciente de ello, pero dame un instante, uno sólo, para hacer de esto la eternidad. Déjame guardar en mis recuerdos tu voz, no quiero olvidarla cuando rememore cada una de tus palabras. Ni tu sonrisa divertida, o tus labios, formando una mueca de desagrado por el frío del invierno. ¿Lo oyes? Es el tren, acercándose. Te he dicho que no había marcha atrás, ni siquiera nosotros mismos podríamos cambiarlo. No obstante, es el momento, nuestro momento, para recordar. No necesito un beso, una caricia, un abrazo de despedida. Sólo a ti, a mi lado. No me tomes de la mano, temo que ése sea el último gesto más bonito que llegue a sentir en la vida. Tampoco digas nada, cualquier palabra estaría de más y estropearía esto. ¿Puedes oler el humo, la máquina que se aproxima cada vez más? Yo no, estoy demasiado embriagado por tu perfume. Y así lo estaré siempre.
No voy a mirarte antes de marchar. He cerrado los ojos y no pienso abrirlos hasta estar seguro de que ya no estás. Me gustaría decirte algo antes de que nuestro instante termine, algo que quizá te ayude, o te reconforte, cuando te sientas sola. ¿Podrás allá recordar cada uno de los días que compartimos? Las comidas, los amaneceres, las lágrimas. El tiempo, que ahora duele. Que nuestro recuerdo no te entristezca, fue demasiado hermoso para que se convierta en algo así. Que nuestro instante, nuestro momento, este preciso segundo, sea inmortal. Podrás verlo siempre que quieras. En cada esquina de la nueva vida que se extiende ante nosotros, quizá no tan nueva, quizá no tan vida. En cada día. Cada mañana. Cada beso. Allí estará, nuestro momento, mientras tú desees que lo esté. La inmortalidad en tus manos mientras que en las mías sólo un billete sin regreso.
Y te alejas, te alejas... Ya no estás, puedo sentirlo. ¿Puedes tú? Qué amargo está el café en este lugar. Será tu ausencia. Y al echar otra cucharada de azúcar, mientras los pequeños granos caían sobre la superficie negra, lo he visto, tan dulce... nuestro momento.
He decidido que no volveré a coger un tren a no ser que éste me lleve de nuevo allí. Y de una cosa estoy seguro: los viajes en el tiempo, hasta ahora, no son recomendables.
1 delirio(s):
Qué entrada más preciosa. A mi tampoco me gustan las despedidas, siempre acabo llorando.
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